viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad

Celia tiene una pequeña casa repleta de tapetes de ganchillo y recuerdos. Es fría y la madera parece quebrarse bajo sus torpes pies, pero le ha dado cobijo y ha velado por su familia, viéndola crecer y pelear por su futuro. Cuando su hijo fue a por ella pareció no importarle todo aquello, y sin mirar a su alrededor cogió su maleta y la cargó en el maletero, y a ella en el asiento del copiloto. Pasó el camino fingiendo una sonrisa que hablaba de las ventajas de su nuevo hogar y de vivir junto a sus nietos, pero Celia añoraba su vieja mecedora y la manta sobre sus piernas, las conversaciones con los cada vez más escasos vecinos, su cocina de gas y las cazuelas de porcelana, y fingía escuchar a su primogénito mientras derramaba una lágrima viendo alejarse por el retrovisor a su pequeño pueblo.
Un par de horas después, Celia despertó y sus ojos reflejaron las luces de la Gran Vía, que se desplegaban como en un insulto de poder sobre su pequeña y débil figura. Cada vez se sentía más ajena a todo aquel mundo que ella ni había conocido ni había necesitado. La llevaron a toda velocidad por calles inundadas de hipocresía, ruido y regalos innecesarios cubiertos de papel brillante, y cuando llegó a casa, el portal se extendió a sus pies tan frío como el mármol que lo envolvía. Su nuera la rodeó con rapidez con sus brazos y un par de niños se vieron obligados a hacer lo mismo. Se sentía como un títere en manos de su propia familia.
En la soledad de su habitación, se sentó en la cama y se sintió aturdida: los ruidos de la calle, la altura del edificio, la decoración moderna e impersonal que la rodeaba...
Celia pasó así su última Navidad. Añoró la calma y la paz que la habían acompañado toda su vida, sus viejos muebles, los álbumes de fotos que no había logrado guardar en la bolsa de viaje, pero sobre todo añoró tener que soportarlo en silencio, sin argumentos que a sus modernizados hijos les hicieran comprender que todo aquello era más saludable que cualquier hospital de ciudad, que todo médico, que toda alimentación pasteurizada y controlada por una cadena de señores que industrializaban la comida natural. Ella envejeció de repente porque su corazón quedó en los rincones de su hogar, y sus últimas miradas no vieron la fría cama de hospital en que se perdieron, sino que repasaron el porche en que dió su primer beso, la camita de la alcoba donde dió a luz a sus hijos, el olor de la leña quemándose en la chimenea, y el del brasero cuando pudieron permitírselo, sus agujas de ganchillo, su caja de las fotos de su vida...

domingo, 18 de diciembre de 2011

Cuando lo vives en primera persona

Acabo de tomar una dura decisión. Desde principios de curso sabíamos dos cosas: que Medicina Preventiva iba a estar difícil de aprobar, y la fecha del examen. Pues bien, aún sabiendo eso desde hace meses, mañana no me examino. 
¿Los motivos? Tengo pánico a que agote las convocatorias de esta año para cada asignatura y que no termine la carrera, pero lo que es más importante, tengo claras mis prioridades.Se supone que los que estudiamos Medicina lo hacemos con la finalidad de que nuestros conocimientos sirvan para mejorar el estado de salud de las personas en su definición más amplia. Sin embargo, parece que nos cuesta ceder esa importancia a las personas que tenemos a nuestro alrededor. 
Me explico: esta mañana mi madre ha tenido un accidente y necesitaba que la atendiesen en Urgencias. Todos los que hemos rotado por este Servicio sabemos cómo va el asunto desde dentro: las prácticas son geniales, deseas que tu Adjunto te diga del paciente eso de "Es todo tuyo", es un ritmo frenético, interpretas analíticas de cinco pacientes distintos, te levantas y miras radiografías de otros tantos... pero cuando estás en la sala de espera, todos los diagnósticos diferenciales se concentran en una sola persona: en mi caso, mi madre. 
Evidentemente, cuando se la llevó la Ambulancia y tuve un segundo de lucidez en mi solitaria casa, metí dentro de la bolsa de ropa-para-evitar-que-mi-madre-salga-del-hospital-en-pijama, mi taco de apuntes. Para matar las horas de la sala de espera, también es obvio que los he sacado. Ahí estaban, como riéndose de mi circunstancia y planteándome un reto que sabían que tenían ganado.
Cuando, después de solucionado el susto, he vuelto a enfrentarme a ellos, me he dado cuenta de que no era eso lo que tenía ni quería hacer. Lo que tenía que hacer era ayudar a mi padre, dar la mano a mi madre, llamar a la familia... porque ¿de qué me vale ser médico-aprueba-asignaturas, si cuando tengo al paciente en casa no lo veo?
Tal vez cuando mis compis salgan del examen y me digan si ha sido fácil, lamente no haberme pasado una noche en vela para recuperar las horas del hospital, pero lo que tengo claro es que probablemente hoy esté haciendo lo que debo...

lunes, 12 de diciembre de 2011

Ideas en el Metro

Hace cosa de una semana, una amiga se sacó el carnet de conducir. Yo también lo tengo y, mientras que ella lo estrenará en cuanto se lo den en mano, yo continuaré usando el Metro. Sí. Ese Metro de Madrid que tan buena y merecida fama tiene.
En suma, cada semana paso más tiempo en sus galerías que en mi casa, me desplaza de punta a punta de mi ciudad y supone mi referencia geográfica principal. Dicho así, podría estar escribiendo una rata de alcantarilla, pero es que con el paso de los años se le va cogiendo gusto a este medio de transporte. 
Tanto es así, que si hablara contaría millones de historias, algunas de las cuales han marcado mi vida: en el Metro he sufrido insultos, ofensas, amenazas, borracheras ajenas y propias, halagos, piropos, peticiones de citas; he escrito, estudiado, pintado, dormido; me he mareado, he ejercido de médico, he llorado, he reído, he quedado, he escuchado mi música, la de otros, la que tocaban, las historias de los que pedían... y muchas, muchas veces, simplemente me he relajado.
Doy gracias a que en el Metro los asientos te obligan a mirar al de enfrente, porque de esta forma se descubren la sinceridad y la inocencia de muchos ojos. Porque, ¿quién no ha dejado la mirada perdida en esos trayectos automatizados?, ¿a quién no se le ha caído una lágrima en algún momento, cautivado por la soledad de los propios pensamientos?, ¿quién no ha sonreído en el momento apropiado a otro y te ha hecho ver la bondad de las personas?
Tal vez sea una sensiblería pasajera, pero muchas veces nos relajamos tanto en el Metro y somos tan conscientes de que nuestros compañeros de viaje son temporales, que afloran los gestos y pensamientos que en otras circunstancias ocultaríamos, o al menos reservaríamos para la intimidad de nuestros hogares.
Hoy el señor que iba delante de mi y yo nos hemos estado mirando durante diez minutos: él veía a una joven solitaria con ojeras que entrecerraba los ojos tratando de prestar atención a la lección que escuchaba a todo volumen de sus cascos y luchaba por no dormirse; yo veía a un hombre cansado cargando con un portafolios, probablemente un maestro, probablemente cansado de la vida. Ambos éramos un complemento: él enseña, yo aprendo, pero los dos obligados, deseando una paz que hasta dentro de mucho tiempo no obtendremos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Si no te gusta la Medicina

Resulta que antes de Navidad a los estudiantes de sexto curso se nos da la posibilidad de liberar dos de las cinco asignaturas de las que estamos matriculados. Son dos exámenes con todo el temario de Farmacología Clínica uno y de Medicina Preventiva el otro que si los apruebas te olvidas para siempre de que existieron.
Evidentemente, cuando me toca estar de pseudo-encierro en casa estudiando es cuando más inquietudes me surgen y cuando más vueltas le doy a la cabeza.
Pues bien, en este puente, además de intentos infructuosos de que me cundiera el tiempo con "Preven", he retomado el alemán (idioma que me encanta y que es tan agradecido de estudiar que pese a no haberlo tocado en años, sigo recordando lo básico de gramática), y he empezado a estudiar matemáticas. 
Mientras buscaba el método más económico para todo ello (que, por supuesto, ha sido Internet), Google ha soportado mi furia tratando de encontrar un Blog o un foro en el que se hablase de por qué no gustándonos la Medicina, nos sigue mereciendo la pena acabarla. Cuál fue mi sorpresa cuando una de las opciones que te ofrece el buscador según escribes "no me gusta..." es "no me gusta la medicina" y no la ingeniería, o la economía o el derecho o cualquier otra carrera. ¿Será porque no soy tan rara? Efectivamente. Por eso y porque quien no se consuela es porque no quiere: he echado un vistazo a gente en mi situación, que, por su propia experiencia y por la madurez y perspectiva que te dan los años, concluía dos asuntos claves:
- Termina la carrera porque tendrás más posibilidades laborales que en otras... y porque ya has entrado, que es lo difícil.
- La vocación no existe, es todo lo que tú quieras poner de tu parte.
No podría estar más de acuerdo. Evidentemente, los dos puntos que escribo aquí son un resumen egoísta de grandes parrafadas que adornaban el asunto añadiendo que lo bonito de la Medicina es salvar vidas, y ayudar al prójimo, y etc., etc. Por supuesto que eso es bonito: ver cómo iluminas los ojos de un paciente cuando le das esperanzas o soluciones a su enfermedad, vivir de cerca la mejoría de alguien que se encontraba realmente mal cuando lo recibiste... pero no sólo se necesita la salud, de modo que ser médico no es el único modo de ayudar al vecino. 
Un locutor de radio sembró el caos cuando anunció el fin del mundo por una invasión a la tierra, pero también llena cada día la imaginación de nuestros solitarios ancianos; una camarera puede sacar a patadas al borracho salido de turno, pero también puede regalar una sonrisa y llenar la boca al más hambriento; un conductor de autobús puede dejarte tirada en la parada porque no ha querido volver a abrirte la puerta, pero también puede mirar por el retrovisor y esperarte a que llegues cuando te ha visto empezar a correr... Nuestra sociedad está repleta de personas que hacen posible que todo funcione, y es simplista limitarse a decir que el médico salva vidas y es el que ayuda a las personas, porque no es el único y porque cuando se ve desde dentro, siempre te queda ese sabor agridulce que te da la superespecialización: eres un mero mecánico de un motor complejísimo, así que es raro que seas tú el que vea el proceso entero de la curación.
En resumen, aquí sigo un sábado por la noche, subrayando una asignatura aburrida en la que no tengo el menor interés, y dejando volar mi imaginación cada cinco minutos a sitios o circunstancias mucho más atractivas que esta... Sólo quedan unos meses para tener un título que me avale toda esta pérdida de tiempo... sólo unos meses más.