Son casi nueve meses sin escribir, sin desahogarme en un Blog perdido en un mundo virtual mayor que el terrenal en que vivimos. Me miro y no me reconozco: tan feliz, tan entregada, tan crítica... Nunca antes lo había sentido.
Mi vida fluye por ciclos cortos de tres, tal vez cuatro años, indefectiblemente, inevitablemente. Vengo de un periodo de experimentación, de cambio de vida. He conocido mi primer contrato laboral, he luchado por abrirme hueco en una ciudad diferente, con un trabajo de verdad. He estudiado para trabajar con pacientes, para enfrentarme con las vidas de cientos de ajenos con vidas dispares, y con sus muertes. He cambiado de casa para hacer mío un rincón en el mapa al que cada mes le pago por existir. Me he alejado de mis amigos, atándolos con una cuerda muy elástica de horarios y lugares, para siempre mantenernos unidos. Me he separado de mi familia, consciente de que con nuestra relación previa, casi obligada, me arriesgaba a enfrentarme sola a la vida con la carga de la inminente vejez de los que me cuidaron antes. Y he salido adelante, tropezando un millón de veces y volviéndome a levantar. Sin embargo, han sido tres años de rebeldía, de descontrol, de noches perdiendo los papeles por casas ajenas y carreteras del mundo. He ahogado mi sangre con alcohol y he intoxicado mis pulmones con tabaco. He salido más que he permanecido en casa. He arriesgado esfuerzo y reputación por otra copa, por otra canción, por otra noche.
Y de repente, he caído y me he levantado con la intención de no volver a hacerlo por esos mismos motivos.
Así se ha iniciado otra fase de mi vida. Una que comienza por la absoluta casualidad con un accidente fatal del que siempre llevaré cicatrices, pero que me ha aportado una visión peculiar de lo que puede ser una vida. Súbitamente, me he descubierto en una comunidad increíble, llena de bosques, montañas, ríos y mar, plagada de rincones por descubrir, casi inaccesibles, y otros mucho más abiertos. Me he visto a mí misma con la posibilidad de absorber todo lo bueno que la vida me está dando justo en el momento en el que me ha obligado a frenar en seco. Me he dado cuenta de que me estaba dejando atrapar por el qué-dirán, por la presión de la edad y el tiempo que va avanzando. Empiezo esta etapa conociendo a alguien que hace que se tambaleen mis cimientos: una constante, un apoyo, una presencia diaria a la que extraño cada día hasta que hablamos, una persona increíble y atemporal, con espíritu de veinte en cuerpo de otros tantos más, que me mete en su vida aportándome una visión amplia sin obligarme a nada. Y sé que no es ella, que ella es "mi amarilla" como dice aquel libro de Albert Espinosa; es la persona que tenía que cruzarse en mi vida para mejorarla, para darle un significado y reorientarla.
Trabajar para vivir y disfrutar cada segundo. Así comienzan estos años. Lejos de noches locas en vela, lejos de maltratar un cuerpo que no ha caminado a mi ritmo desde hace años, lejos de personas a mi lado que no me aportan nada en positivo, lejos de intentar aparentar. Dispuesta a todo y a todos en positivo. Espero no cambiar.