Te observo esa piel tersa que no te has ganado y el perfil de tus labios carnosos. Tu pelo está recortado a la última y cae despreocupado sobre tu frente, haciendo de tus ojos una imagen caprichosa. Sonríes mirando el móvil: alguien te escribe, probablemente mucha gente, a pesar de ser primera hora de la mañana. Tu posición desgarbada y cómoda no molesta a tu compañero de asiento y mejora aún más la caída de tu ropa.
Luego estoy yo. Esa chica feúcha que cada día se sienta a tu lado y te mira de reojo por encima de sus libros. Me siento tensa con las piernas juntas y aún así es raro el día que mi bolso no se escurre o tropiezo con los pies del de enfrente. Empequeñezco cada segundo que pasa. El reflejo del cristal me devuelve una imagen casi cómica de un intento de maquillaje malogrado y una ropa que nunca terminó de sentar bien. Me avala mi currículum, me digo, que confiesa unos logros silenciosos entristecidos por el fracaso social. Doy miedo. Hago temer a quien se me acerca porque me creen de una inteligencia sobresaliente, sin ver cómo envidio su naturalidad.
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Nuevamente se ha sentado a mi lado y mi temor crece cuando aspiro el aroma de su perfume. Siempre perfecta: blusa y falda planchada y un abrazo firme y nervioso a sus libros. La descubro mirándome tras sus gafas y me hundo en la pantalla apagada del móvil esbozando una sonrisa. Quisiera tener el valor de levantarme y saludarla. Desearía explicarle que lo que ve es una fachada tontaina que lucha por integrarse en un mundo superficial, pero que no me representa. Desearía confesarle cuánto la admiro.
Estoy cansado de esas niñatas que sólo piensan en el color del brillo de labios y en conseguir el novio más cachas al que probablemente engañen con cualquiera una noche. No quiero que me vean vacío y sin conversación, ni que sólo me miren la cara y no el corazón. No recuerdo cuándo mantuve una conversación interesante después de acostarme con una chica, ni sé explicar por qué volví con esas rubias despampanantes que sólo me dan unos minutos de placer vulgar.
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Ojalá me hablase. Ojalá me mirase. Ojalá me descubriera. Y nuestra parada llega y nos bajamos por puertas opuestas. Mañana, mañana me atreveré y no temeré el ridículo.