No sé dónde voy. No entiendo cuál es el problema ni qué me impide cambiar.
Mañana se acaba una etapa de primeras veces, primeras responsabilidades, primeros sueldos y primeros compañeros de trabajo. Miro hacia atrás y veo este periodo resumido en imágenes de un trabajo que no me llena, del que permanentemente quiero escapar; imágenes de noche de fiesta con vestidos demasiado cortos y lenguas demasiado largas, rodeada de personas que no me importaban con las que amanecía entre sabor a tabaco y sudor; imágenes de ojos desencajados por el sufrimiento de una urgencia que les arrancó de su hogar y destrozó sus planes, ojos que se apagan y ojos que se defienden ante lo que no quieren escuchar de sus familiares; imágenes de bosques, ríos y playas, de amaneceres y atardeceres, de aire puro y frío abriendo mis pulmones; imágenes de autobuses con pequeñas pantallas que atravesaban media España en un sinsentido de hogar perdido y hogar deseado. En todas esas imágenes estoy sola.
Ese muro grueso y estable que levanté me aleja de cualquier oportunidad. No me siento digna de nadie que quiera acercarse, así que los alejo. Ha habido un par de ocasiones en que he tardado algo más en echarlos de mi vida... quizá eso ya sea un paso. Pero ver el final desde el principio... eso, eso me define.
Imagino a un chico interesante que derrocha un minuto conmigo y me río hacia mis adentros. No lo merezco, no quiero que nadie gaste su tiempo a mi lado y desperdicie la oportunidad de estar con alguien mejor.
Creo que las parejas perfectas son también el perfecto egoísmo. No concibo cómo puedes mirar a los ojos a alguien a quien ames y ser tan codicioso como para quererlo sólo para ti. Es difícil de cambiar, imposible para mí.
Hace unos días se lo confesé a un nuevo desconocido demasiado bueno como para pasar más noches junto a él y se echó a reír. No supe explicarlo. Lo considero tan evidente que me enerva que el mundo no lo entienda.
Sin embargo, mi certeza ha hecho que ya no tenga un plan B por si no encuentro a nadie: ahora ése es mi plan A. Sólo un accidente haría que cambiase mis planes. No tiene sentido confiar en que va a suceder lo que no soy capaz de aceptar. Así que me alejaré. Vagaré por países a los que nadie quiera ir y nunca tendré esa vida de ensueño con piso propio, hijos y casita con chimenea en un pueblo junto al mar. Un día algo truncará mis viajes y mi odisea pero habré sido libre y feliz. Es lo único que me motiva a fingir esta normalidad que me es ajena.
Mañana acaba un periodo que deja lugar a otro llamado experiencia, sin controles ni evaluaciones, sin supervisión directa ni límite definido. Así será hasta que la edad o la oportunidad me permitan comenzar mi vida real. ¡Cuánto lo siento por esas personas que, tontas, pensaron por un momento que romperían el muro y entrarían a un pecho donde no late corazón alguno! Ahora sé que pasarán sus días con alguien más acertado.
¡Qué destino tan solitario y vacío se abre a mis pies! ¡Qué inútil haber luchado contra él, tan firme y decidido!
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