lunes, 2 de enero de 2012

Belleza

Comienza un nuevo año, y, de nuevo, Mónica se enfrenta al día a día. La cena ha sido dura, pero nada en comparación con lo que se la viene encima. Toma las uvas. Ella sólo puede con seis, así que las divide a la mitad para que hagan las veces. Después, va a su habitación. No sale de fiesta como la mayoría de las chicas de su edad; se tiene que poner el pijama para no seguir trastocando el ritmo habitual del día, y entonces, se enfrenta a su problema por primera vez en este año. Se mira al espejo y duda si debería echar un vistazo. Prefiere no jugársela y retroceder al encierro de hace unos meses, así que se da la vuelta y se cambia de ropa. No tiene palabras para lo que ve; ni palabras ni fuerza para seguir soportándolo, pero tampoco parece tener fuerzas para dejar de hacerlo.
Mónica no ve esa piel suave que cubre su rostro, no ve sus ojos azules, ni la gracia que tiene su pelo castaño. Tal vez no sepa nunca que anhela algo que no necesita, pero es que ella no ha tenido buena suerte. Sus amigos han disfrutado de su compañía ajenos a todo. Óscar se enamoró de ella desde la primera vez que la vió, pero es un amigo paciente que ha visto cómo ella prefería a chicos de una noche cada vez que salían de fiesta. Claudia ha depositado en ella toda su confianza, y aún recuerda las noches de pijama y confesiones. Patricia y su novio Julio se conocieron gracias a ella la primera vez que hicieron un viaje al extranjero sin padres. El resto de sus amigos -Elena, Pedro, Juan, Alicia...- han compartido con ella infinidad de momentos. Ninguno de ellos se percató de lo que sucedía.
Mónica al principio era una chica más tímida y solitaria. La gustaba estudiar y leer porque se transportaba a lugares lejanos. A veces, en su soledad, Mónica estaba tan intrigada con la trama de sus fantasías y series, que soñaba que ella formaba parte de todo aquello, y conocía a sus personajes mejor que los propios escritores o guionistas. Con el tiempo, fue abriéndose al mundo y conoció a mucha gente. Salía de fiesta y siempre tenía a quien llamar para dar un paseo. Pero los fantasmas del pasado, esos que había querido enterrar en el olvido, reaparecieron con más fuerza que nunca, y comenzó a combatirlos a su manera.
Sus amigas eran, a sus ojos, infinitamente más afortunadas que ella. Las veía bailar y sentía que ella estaba ridícula haciendo lo mismo; las veía con sus parejas y era testigo de una compenetración que ella no sentiría jamás; la hablaban de sus viajes por todo el mundo, donde habían hecho el amor en mil lugares distintos, y lo que ellas sentían, Mónica sabía que jamás llegaría a conocerlo. Por todo ello, poco a poco, empezó a rechazar a los únicos chicos que merecían la pena, y comenzó un torbellino de noches de locura y sexo. Despertaba a la mañana siguiente con un completo desconocido a su lado, las sábanas revueltas y su maquillaje corrido. Mónica dejó de quererse y comenzó una carrera intentando ser lo que no podía. 
Ahora se presenta ante su familia con vergüenza. Dejar de comer ha sido lo que la ha separado de todo lo que tenía. Sus amigos no saben cómo reaccionar y, aunque se ven obligados a pararse cuando se encuentran con sus padres en la calle o el mercado, no cogen el teléfono para hablar con ella ni la escriben un mensaje. No saben que ahora les sigue necesitando incluso más que antes. Unos se culpabilizan por no haberse dado cuenta de su comportamiento, otros simplemente piensan que ha sido débil y cobarde. 
A Mónica hay que tratarla con cariño. Es débil, como siempre lo ha sido. Hay que educarla a sus diecinueve años como si fuera una niña. Hay que enseñarla a quererse sin caer en los tópicos de que ya había gente que la amaba. Hay que, simplemente, darla una razón para seguir; pero incluso eso, será difícil para ella.

1 comentario:

  1. Gran escrito. Adoro tu forma de escribir.
    Muchas veces caemos en el error de olvidar a aquél que en su día nos hizo tanto bien cuando necesita nuestra ayuda.

    Un beso

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