viernes, 12 de abril de 2013

Despedidas

Y de repente, cuando menos me lo esperaba, me acosó un sentimiento especial; uno que nunca antes había sentido. Cada esquina era un recuerdo, una intención, una lágrima... Todos los rincones de Madrid aguardaban silenciosos mi partida, dispuestos a hacer tambalear a última hora mis decisiones con todas esas imágenes que se venían a mi cabeza al ver sus ladrillos.
¿Qué sería de mí sin mi Gran Vía para pasear, con esos edificios en los que apenas algún turista inquieto reparaba, eludiendo las luces y el gentío de su alrededor? ¿Qué haría sin mis grandes caminatas por el Madrid de los Austrias, donde conocía aquellas escuetas librerías con horario de madrugada, con sus cafés de jazz, con los relaciones de las más peculiares discotecas que me reconocían por la calle? ¿Cómo me acostumbraría a los autobuses existiendo un Metro que no te hace dudar de tu estación? ¿Qué sentiría al recorrerme la totalidad de la ciudad en menos de una hora? ¿Qué haría sin la ilusión de vegetación entre el cemento, con su Ángel Caído y su Rosaleda, y el estanque donde me bañé y practiqué remo, y sus pequeñas avenidas desembocando a la Puerta de Toledo, a la Cuesta de Moyano...? ¿Qué haré cuando ya no sepa responder a un turista dónde se esconden Sancho Panza y El Quijote en la Plaza de España, o dónde disfrutarán de una buena tapa, o cómo llegar a la Plaza Mayor? ¿Qué haré sin La Latina, o sin Huertas, o sin mis amigos?
¿Qué encontraré? ¿Me estaré equivocando? ¿No sería más fácil continuar aquí, con mi habitación, que contiene todo lo que necesito? ¿Cómo evitar la sensación de decpcionar a los que me rodean, de estar abandonando todos los detalles que me han proporcionado?
Tengo miedo, mucho miedo... Y no sé qué hacer.

miércoles, 20 de marzo de 2013

¡¡Puxa Asturies!!


La carretera se retorcía incansable ante nuestros ojos, resultando imposible intuir su recorrido global. Atrás quedaban ya las amarillentas llanuras de la estepa castellana, o el oscurecido cemento de la capital, y dejaban paso a mil tonos de verde entremezclados con la claridad de la nieve. A nuestra izquierda, picos nuevos de montañas luchando por recortar una húmeda neblina; a nuestra derecha, la mar, picada y salvaje por un viento enfurecido que hacía tambalear el coche y nuestros oídos.
Llegamos a casa en tiempo récord, con la incertidumbre de los días que se avecinaban, de las nuevas personas que se nos cruzarían a lo largo de aquella semana, y cumplimos la lista de la compra garabateada ajustando los menús al tiempo posible de su elaboración. 
Los nervios nos invadían cuando los horarios de la noche se fijaron. No nos conocíamos; sólo un 
vínculo perfectamente quebrantable unía a un miembro de cada grupo. Las presentaciones forzadas, risas ahogadas en conversaciones de móvil a hurtadillas, y luego todo fluyó: alcohol, música, fotos y confidencias a partes iguales. Las parejas surgieron de forma aparentemente espontánea y furtiva, agotando la noche entre besos.
Y de ese modo llegó un mucho más relajado sábado, donde ya sabíamos qué esperar, pero donde otras personas aparecieron, dejando a flor de piel los deseos repentinos de la novedad, para desvanecerse tras conversaciones bajo luces ultravioleta. Asentamos lo del día anterior, olvidamos horarios y amanecimos mucho después que la luz del sol, que ya iluminaba las habitaciones. Era el momento de frenar un ritmo que se nos estaba escapando de nuestro control. 
Comenzó la semana y, con ella, la profesionalidad que justificaba nuestro viaje, y dos compañeras más en la casa, que serían incapaces de reconocernos tras nuestras historias. Éramos un huracán pasajero que sin intentarlo estaba revolucionando vidas más o menos monótonas y lineales. Pero el ritmo no debía parar o el arrepentimiento nos pisaría los talones. Partimos la semana con una fiesta en casa, más alcohol, juegos y canciones que unos disfrutarían más que otros. Estábamos increíblemente cómodos. Ya apenas se veían los grupos, y todos ocultábamos alguna información en la intimidad de nuestras habitaciones.
La semana se agotó con excursiones pasarela a otro fin de semana al que habíamos sido invitadas con determinación. Repetíamos locales, reconocíamos a relaciones... Todo aquello resultaba cómodo hasta un punto peligroso. Hubo quien incluso olvidó en ese ritmo nocturno sus obligaciones diarias, su rutina. 
Y de repente, casi sin darnos cuenta, llegaba la despedida. Sí, sólo una semana pero demasiada convivencia, demasiados cambios de lo que cada uno de nosotros solemos ser. Llegaba el momento de volver al agujero oscuro de nuestra ciudad, y de dejar que los nuevos continuasen sus vidas. Pero, ¿cómo eran sus vidas? ¿Cómo habíamos pasado por alto que esto sólo era una ilusión? ¿Cómo confiar en que el tiempo pasaría igual para nosotras que para ellos? Tantas preguntas y cinco semanas para resolverlas; sólo cinco... Tanto, y tan poco.