miércoles, 1 de agosto de 2012

Noches

Me enredo en las sábanas, aún somnolienta, buscando su calor, pero no lo encuentro. Trago saliva, suya y mía, y todavía soy capaz de saborearlo. Estoy húmeda y con el corazón latiendo con seguridad en mi pecho y en mi vientre, ese que hace un momento él acariciaba y recorría una y otra vez.
Suspiro con seguridad y, sin buscarlo, su silueta se cuela alargada entre las cortinas. Se tumba a mi lado y observa mis ojos perdidos en la ventana. Por primera vez en mucho tiempo no quiero huir; pero no encuentro el motivo por el que necesito quedarme. No es la historia de siempre; es una necesidad mutua de respeto y cariño. Y él lo reconoce. Rompe ese encanto que hemos creado basándonos en la ilusión y admite que ambos deseamos esto porque lo echamos de menos. Y yo no le veo el problema y lo abrazo con fuerza, porque él es el calor y el compañero que ahora necesito.
Permanecemos en silencio, cómodos como hace meses nos merecíamos estar. No he encontrado mi media naranja; he coincidido con otro solitario al que le agrada una cara conocida y un poco de conversación después de compartir una cama. Pero eso ambos lo sabemos, así que nos resignamos porque ya la noche no nos ofrece esa sensación triunfal y tenemos horarios demasiado incompatibles como para encontrar a alguien mejor. 
Nos auto-convencemos de que esto es el comienzo de algo, y sonreímos entre las sombras de la noche, conscientes de que no lo es, pero es lo que mejor nos viene ahora mismo. Sin más futuro, sin más problemas. Convivencia y deseo. Sólo eso.

lunes, 30 de julio de 2012

Época de cambios

Llevo demasiado tiempo desconectada del Blog y es difícil resumir todo lo que me pasa por la mente y, sobre todo, volcarlo aquí con cierto sentido. 
La carrera se ha acabado, con fiesta y despedidas incluídas; con algún sinsabor y un par de confesiones de borracha que no sé si lamentaré. Ahora la preparación del temido MIR acapara mi tiempo y lo he llevado bien las dos o tres primeras semanas, pero con todas las noticias que cada día nos llegan de los ineptos personajes que nos gobiernan, se me están yendo las ganas de luchar por mi plaza...
Por otro lado, he retomado tres cuestiones que andaban aparcadas:
- Conversaciones con quienes durante años se lo llevan ganando. Es una tarea de las concluidas. Me siento orgullosa y he desechado a gente que definitivamente no se lo merecía.
- El deporte. ¡Oh, sí! He vuelto a saborear esa sensación de agotamiento físico, a percibir las gotas de sudor brotando por mi cuerpo, a pelear hasta la extenuación... y ganar; porque en el deporte siempre se gana: o te superas o te da la fuerza necesaria para hacerlo al día siguiente. No es karate, pero es lo que mi cuerpo soporta, y me tengo que conformar.
- Se acabó hacerme la dura. Las verdades, a la cara. De momento me va bien... o no me va bien, pero me hace sentir mejor persona. He recuperado a alguien a quien no le correspondí como se merecía. Con eso me basta. Es mucho más de lo que he tenido, y de lo que hubiera imaginado. Representa la unión de hacer caso a unos buenos amigos que me llevan empujando pacientemente hacia el camino correcto, y de la disposición de esa persona, que de momento parece prometedora. También he perdido a gente... pero si no era ahora iba a ser más tarde. En cualquier caso, relaciones que pendían de un hilo demasiado fino. De eso ya no quiero más.

He cambiado. He madurado. He cerrado etapas importantes. Admito que quienes en estos días se han alejado vuelvan a mi si de verdad lo desean, pero ya no va a haber medias tintas. Estoy harta de ser pañuelo de lágrimas y ver desde la distancia las sonrisas de quienes sólo me transmiten preocupaciones. Somos para lo bueno y lo malo; para ambas cosas. No quiero sufrir por la gente y que cuando yo lo necesite no haya nadie que me escuche. 
Los amigos, contados con los dedos de una mano. Si hay vacantes, que se ocupen, y si hay candidatos merecedores, que me llenen la otra mano, pero quien se queda que cumpla. 

Y esto como diarrea verbal antes de cenar y con el propósito de dejar aclarada mi situación actual. Dentro de unos minutos, un relato con algo de verdad y algo de fantasía, como siempre.

Sed felices, y no derrochéis vuestro tiempo en leerme (o dejad comentarios, gañanes)

lunes, 21 de mayo de 2012

Siempre

Paso por las fotos de mis últimos seis años, aquellas que sólo me atrevo a ver en la intimidad, y me veo cambiar. Mi cara se ha perfilado, mis ojos han perdido su inocencia (esa misma que aún mantengo en el corazón), mi cuerpo ha cambiado... Han cambiado los amigos que jamás me fallarían, se ha ido una parte de mi familia, he perdido la relación con mi hermano, he olvidado todas aquellas fórmulas y teorías físicas y matemáticas que me hacían soñar cada noche, he memorizado una carrera, y he perdido oportunidades que asocio a cada una de las imágenes.
Cómo se nos va la vida, casi sin darnos cuenta. Cómo huye velozmente ante nuestros ojos sin valorarla.
Nacemos, luchamos por una serie de objetivos hacia los que nos han ido vapuleando, y morimos. Todo irremediablemente, todo sin vuelta atrás. Tememos la muerte cuando en realidad deberíamos temer por la vida, en esa irónica sensación de control que tenemos sobre ella, porque sólo podremos modificar lo cotidiano, no nuestro final. Tenemos que pelear por nuevos propósitos, por que seamos recordados y sobrevivamos en el recuerdo por encima de nuestra existencia, que es cuanto tenemos.
Terminamos en una caja de una madera que pocas veces nos permitimos en vida, unas palabras de un sacerdote que poco nos conoció y que nos guía en la vida eterna y en unas lágrimas recogidas en unos cuantos pañuelos arrugados de los que nos despiden en los últimos momentos. Y luego sólo queda el recuerdo; se olvida todo cuanto erramos y perdura lo positivo. Y así es y será por todos los años que nuestros conocidos se preocupen en mantenernos en sus pensamientos.
Y nuestros hijos sabrán que sus abuelos no fueron tan buenos como les contamos del mismo modo que yo sé que mi abuelo era un gran artista de carácter difícil. Y les querrán, tanto como nosotros queremos a los que no llegamos a conocer. Sólo por extensión, sólo por una foto olvidada en un cajón en los que se les ve sonriendo; sólo por una flor aplastada en la contraportada de un viejo libro, o sólo porque heredamos alguno de sus gestos.
Hace años pensaba que no hacíamos historia, pero son tantas las personas que nos cruzamos cada día, y tantas las percepciones e interpretaciones de nuestras anécdotas, que es imposible que en algún momento no hayas iluminado la conciencia del más inesperado, o que no ayudases en un gesto casi imperceptible para ti a alguien. 
Somos y seremos; y tú, abuela, siempre serás para mi. No te olvido.

martes, 1 de mayo de 2012

Gente

Llevo confusa muchas semanas. No sé exactamente lo que pensar, pero soy incapaz de sentirme a gusto ni conmigo ni con los que me rodean. No hago nada que me satisfaga, no avanzo, no me halaga ningún comentario que sé que estaba hecho con ese fin...
Cuando comencé a escribir aquí, con el temor de que algún insensato derrochara su tiempo en leerme, lo hice en parte para desahogarme cuando se acercase ese momento que ya está al caer y que marca el final de esta etapa: la graduación. Se acabaron los apuntes, las clases, los profesores, las prácticas. Todo lo que sé hacer y que he ido puliendo a lo largo de estos 23 años se termina y comienza el trabajo, los compañeros, las nóminas, las deudas, las hipotecas... Estoy terriblemente feliz por eso, está claro, pero a la vez me embarga un profundo sentimiento de vacío, en el que no doy cabida a ninguno de los que me han acompañado los últimos seis años.
Este fin de semana me he ido reuniendo, aprovechando los días de puente, con esas personas que son como una constante en tu vida, los que siempre han estado ahí aunque cambiasen innumerables variables; y me han inundado de paz. Parece que cada vez que los veo, recuerdo que todo tiene un sentido y que hay gente que siempre permanece, aunque me fuera durante años de su lado. Son esos tipos con los que estás horas hablando y es el sueño el que separa las conversaciones.
Este puente, en medio de muchos sentimientos encontrados por muy diversos motivos, siento que hay personas que merecen demasiado la pena.

lunes, 2 de abril de 2012

Viaje de fin de carrera

Vengo del viaje más increíble de todos, el que más llevo anhelando entre la admiración y el miedo, y, cuando he marchado, esa sensación indescriptible de desahogo me ha vuelto a invadir, empujándome a no volver, animándome a que sería en éste en el que encontrara eso que tanto llevo buscando. Pero he vuelto tan entera como siempre, tan llena de historias que no tienen a nadie que las escuche, tan sola y tan lejos de un hogar como otras veces. He vuelto, amigos, a la monotonía.
Me invade de nuevo ese sentimiento de soledad que hace que cada vez desee con más fuerzas no regresar de la siguiente escapada. Esta vez he estado más cerca de contar lo que me lleva atormentando tantos años y que aún no me he atrevido a pronunciar en voz alta. Me he dado cuenta de que estoy esperando encontrar a alguien de quien huir no como lo he hecho hasta ahora, sino con kilómetros de seguridad de por medio. Quisiera encontrarlo y gritarle que aquello no tuvo que pasarme a mí, que no fue justo y que sigue regresando a mi memoria cada día, sin dejarme descansar tranquila. Pero luego pienso en que es igualmente injusto cargar a alguien con mi historia, con su conciencia y con mi abandono al mismo tiempo, y regreso a este mismo instante, con mi vida marcada por un error que acarrearé hasta el final de los tiempos.
Cuando viajo sueño que, al igual que el avión despega y me aleja de toda mi historia, de todos los buenos y malos recuerdos, yo también los dejo atrás, y por eso soy tan feliz fuera de mi patria. Sin embargo, la amo demasiado profundamente y aquí regreso sin importar cuánto arriesgué o lo que mi temeridad pudo haber supuesto.
España, me acoges siempre como una madre que es a la vez protectora y conciencia. No sé si quiero alejarte de mi vida, pero quiero ser tan feliz como cuando escapo de tu tierra y dejo atrás secretos, lágrimas, soledad y monotonía.

viernes, 2 de marzo de 2012

Miedo

Tengo miedo de mi pasado, temo haber cometido equivocaciones en las bifurcaciones de los caminos que llevan a este mismo instante, y me da pánico el no descubrir qué hubiera ocurrido si lo hubiera hecho de otra manera. 
Sé que he cometido tantos fallos... tengo tan claros mis errores que casi no soy capaz de valorar los triunfos, que se me presentan como descarados insultos al despropósito de mi presente. Siento que es algo que nos iguala, que ninguno de nosotros tenemos la oportunidad de enmendarnos completamente. Podemos ignorar lo que hicimos, pero nunca corrigirlo. Podemos mejorarnos, pero jamás borraremos el lastre de lo que fallamos.
No sé si éste es el momento de recurrir a una religión que me consuele, que me diga que alguien dijo alguna vez, (y demostró de forma inexplicable, irreproducible e indemostrable) que tendré otra oportunidad de conocerme desde el inicio, y que mejoraré con el paso de las vidas hasta lograr una que sea totalmente placentera y satisfactoria. Ni siquiera sé si existe alguna religión que diga que estamos aquí de prestado, con un cuerpo asignado al azar, en unas circunstancias cualesquiera, destinados a vivir hasta que la muerte determine el final de un aprendizaje y el comienzo de uso de otro nuevo cuerpo en algún momento y lugar. No sé si alguien ha pensado alguna vez que somos tan pequeños en esta vida, que sesenta o setenta u ochenta años son tan pocos, que simplemente representan un tránsito de aprendizaje, tras el cual nos volveremos a conocer, no con un aspecto concreto, sino en ese pensamiento profundo que aparece cuando nos quedamos a solas reflexionando sobre nuestro porvenir. 
No sé si todo esto es creer en la reencarnación, ni sé si es una idea alocada pensar que el carácter que cada uno de nosotros reflejamos es, en parte, fruto de nuestro grado de aprendizaje en cuerpos sucesivos. No sé si es del "alma" de lo que hablo, ni sé si es absurdo todo este planteamiento; pero llegan momentos en la vida en que, simplemente, buscamos un refugio en que cobijarnos y olvidarnos de este loco mundo que automatiza cada segundo de nuestro tiempo. 
No quiero volver a levantarme para labrarme un futuro al que ahora veo incierto y superficial. Necesito pensar que esto no es todo lo que voy a ver, porque entonces, de este mundo tan pequeño, no voy a conocer prácticamente nada; y eso hace insustancial el madrugar cada día para moverme en mi minúsculo ambiente de mi minúscula ciudad de mi minúsculo país en mi minúsculo continente.
Cuando la muerte me rodea en mi profesión, mis amistades, mi vida personal, surge esa pérdida de egocentrismo que habitualmente tenemos, y aparecen tantas dudas que hacen necesario recurrir a lo irracional para justificar lo que no conocemos.

viernes, 27 de enero de 2012

Hoy

Hoy quiero gritar y no puedo; quiro llorar de rabia y me avergüenza la idea. Hoy tengo esa sensación sobre el pecho que me recuerda lo perdida que estoy, lo alejada que me encuentro del resto de mis amigos. Siento ese vacío incómodo que hace que mirar la agenda de mi teléfono resulte hipócrita. No sé a quién llamar; no sé a quien abrazar; no sé a quién gritarle que estoy cansada de todo esto. Quisiera coger en la estación un autobús a ninguna parte. Alejarme de esta ciudad que ya no me aporta nada y empezar de cero, tener la oportunidad de volver a sentir esa sensación de aire fresco que te da conocer a alguien; la energía que transmite escuchar nuevas risas, nuevas historias.
Tengo miedo de que todo se repita, de que una vez más cierre una etapa sin valorar esos momentos cotidianos con mi gente. Me da pavor la idea de volver la vista hacia atrás y arrepentirme de no haber mimado a los que en su día parecían querer velar por mi. Sin embargo, siento que me he estancado en una rutina que me aporta poco.
Sigo sola. Tan sola como el año pasado, y el anterior, y el anterior. Sola irremediablemente, según me indican todas las señales. Testigo y apoyo constante (o eso espero) para quienes a mi alrededor ya encontraron a alguien, para quien lo perdió pero supo saborearlo, o al menos conoce ese sentimiento, para quien, por ese alguien, me dió la espalda y dejó de necesitarme. Estoy cansada de ser amiga, compañera, hombro, pañuelo... y nada más para nadie. Estoy triste y sola, rodeada de amigos y nada más. Y sí, ahora necesito algo más.

miércoles, 18 de enero de 2012

Urgencias

Hoy ha terminado mi paso por el Servicio de Urgencias y me quedo con mil sensaciones. La primera de todas: me he sentido útil, y he descubierto que, con empeño, es posible hacer cualquier cosa. Llevo un tiempo algo desmotivada respecto a la Especialidad que quiero hacer una vez termine la carrera, probablemente porque la única motivación que he tenido desde hace tres años era lograr ser Anestesióloga. Pues bien. Este curso, ya que era el último, decidí dar una oportunidad a cada una de mis rotaciones, y, mira por donde, he descubierto que ni Medicina Familiar y Comunitaria ni Medicina de Urgencias me disgustan en absoluto.
Pero más allá de todo ello, Urgencias me ha abierto un mundo de profesionales moviéndose con la agilidad de títeres en el espectáculo que son unas Urgencias masificadas como las que tiene mi Hospital, en las que el Adjunto tiene la necesidad de delegar en ti responsabilidades para poder cubrir más trabajo y no pasar a la guardia a pacientes que llevan ya más de ocho horas ingresados sin supervisión de ningún especialista. Parece mentira descubrir toda esa dinámica que abarca desde localizar en el control a las enfermeras de tus Boxes hasta saber dónde se cursan los volantes de rayos o cuál es el busca de Información para que hagan pasar a los familiares de tu paciente.
He descubierto también cómo se puede estar atendiendo a diez pacientes a la vez, corriendo de un lado a otro para valorar sus analíticas, firmar sus tratamientos, indicarles dónde está el baño o empujar sus sillas de ruedas. 
He aprendido a que la carga asistencial no me haga olvidar el nombre de mis pacientes, o la cara de sus familias, o pequeñas anécdotas como si la abuelita de turno siempre dice que nació en los años del Charleston, o los que te dicen que eres clavada a su nieta, o que se preocupan más de ensalzar tu labor que de su dolencia, o de los que destacan el color azul de los ojos de tu Adjunto y que te obligan a decir que te encantan cuando llevas un mes mirándolos sólo de reojo por vergüenza.
Y de todo ello, he creado una sensación que me ha unido más a la gente, que me ha hecho que de repente camine por la calle y vea a mi alrededor no a pacientes, pero tampoco a sujetos que se me cruzan; que vea a personas que tienen una historia que contar, que tienen problemas que los asolan en silencio. He cruzado junto a decenas de personas la línea de la intimidad, los he visto desnudos y temerosos, los he acompañado en el momento más agudo de su enfermedad y, aunque alguno lo he perdido por el camino, la mayoría se han ido de alta mucho mejor que se fueron, con una sonrisa en sus labios o, al menos, el ceño menos fruncido.
Hoy, para despedir mi rotación, he atendido al soltero al que su paternidad se le puede escapar por unas paperas aunque tal vez nunca se la hubiese ni planteado, y he visto cómo una sombra de tristeza le llenaba los ojos; he historiado a un hombre con sida que, avergonzado de ese antecedente, no ha sido capaz de sentarse en la camilla hasta que no se ha convencido de que no me importaba el cómo ni cuándo, de que yo no lo juzgaría; he dado el alta a una mujer a la que una alergia desconocida casi cierra sus vías; he conocido a una anciana que simplemente se sentía sóla y, por la cantidad de achaques acumulados, sabe que justificaría una visita diaria a la Urgencia sin que nadie la pudiera tachar de abusona... Hoy, me he sentido muy cercana al mundo, y cada vez más lejos de esa niña tímida que fui y que se perdió diez minutos de conversación con cientos de personas interesantes. 
Hoy me he sentido más médico y, por primera vez, eso me ha hecho muy feliz.

martes, 3 de enero de 2012

La despedida

Siento tu cuerpo latiendo junto a mi, desprendiéndose de ese calor que los dos hemos creado, y levanto mi cabeza hacia el cielo, que ya comienza a pintarse de azul. Los primeros rayos asoman en un sin fin de colores y las gaviotas parecen celebrarlo sobre nosotros, con su agudo cántico desperezándonos en lo que parece haber sido un sueño. Mis sentidos están al rojo vivo. Noto cada grano de arena adherido a mi piel, y aprovecho para desprenderte a ti de alguno de los que luces en el torso. Todo transcurre como a cámara lenta: mi mano acariciando tu espalda, el viento despeinando tu cabello dorado, el aroma a sal batida por las olas que constituyen nuestra banda sonora. No quiero alejarme nunca de ti. Deseo que todo sea siempre así. Pero ahora eres tú el que se despierta, y sonríes formando un oyuelo en una sola de tus mejillas. Aún estamos abrazados. Dices que tienes que irte, que te esperan en el puerto, y que nos veremos antes de lo que imagino; pero sentir que te alejas ya duele.
Como puedo, me incorporo para verte marchar. Caminas con gracia, pareces despreocupado y no vuelves la cabeza, pero sé que es porque tus ojos no dejan de llorar. El sol en el horizonte me ciega y tú lo ocultas con tu silueta. Es como si hoy sólo hubiera salido para iluminarte. Permanezco recostada recordando esta noche, hasta que de repente tu barco rompe el compás de las olas. Camino hacia la orilla, dejando que el frío agua moje mi vestido y te despido con la mano aún sabiendo que no me podrás ver. Nada importa sin ti. El tiempo es perdido cuando no estás a mi lado.

lunes, 2 de enero de 2012

Belleza

Comienza un nuevo año, y, de nuevo, Mónica se enfrenta al día a día. La cena ha sido dura, pero nada en comparación con lo que se la viene encima. Toma las uvas. Ella sólo puede con seis, así que las divide a la mitad para que hagan las veces. Después, va a su habitación. No sale de fiesta como la mayoría de las chicas de su edad; se tiene que poner el pijama para no seguir trastocando el ritmo habitual del día, y entonces, se enfrenta a su problema por primera vez en este año. Se mira al espejo y duda si debería echar un vistazo. Prefiere no jugársela y retroceder al encierro de hace unos meses, así que se da la vuelta y se cambia de ropa. No tiene palabras para lo que ve; ni palabras ni fuerza para seguir soportándolo, pero tampoco parece tener fuerzas para dejar de hacerlo.
Mónica no ve esa piel suave que cubre su rostro, no ve sus ojos azules, ni la gracia que tiene su pelo castaño. Tal vez no sepa nunca que anhela algo que no necesita, pero es que ella no ha tenido buena suerte. Sus amigos han disfrutado de su compañía ajenos a todo. Óscar se enamoró de ella desde la primera vez que la vió, pero es un amigo paciente que ha visto cómo ella prefería a chicos de una noche cada vez que salían de fiesta. Claudia ha depositado en ella toda su confianza, y aún recuerda las noches de pijama y confesiones. Patricia y su novio Julio se conocieron gracias a ella la primera vez que hicieron un viaje al extranjero sin padres. El resto de sus amigos -Elena, Pedro, Juan, Alicia...- han compartido con ella infinidad de momentos. Ninguno de ellos se percató de lo que sucedía.
Mónica al principio era una chica más tímida y solitaria. La gustaba estudiar y leer porque se transportaba a lugares lejanos. A veces, en su soledad, Mónica estaba tan intrigada con la trama de sus fantasías y series, que soñaba que ella formaba parte de todo aquello, y conocía a sus personajes mejor que los propios escritores o guionistas. Con el tiempo, fue abriéndose al mundo y conoció a mucha gente. Salía de fiesta y siempre tenía a quien llamar para dar un paseo. Pero los fantasmas del pasado, esos que había querido enterrar en el olvido, reaparecieron con más fuerza que nunca, y comenzó a combatirlos a su manera.
Sus amigas eran, a sus ojos, infinitamente más afortunadas que ella. Las veía bailar y sentía que ella estaba ridícula haciendo lo mismo; las veía con sus parejas y era testigo de una compenetración que ella no sentiría jamás; la hablaban de sus viajes por todo el mundo, donde habían hecho el amor en mil lugares distintos, y lo que ellas sentían, Mónica sabía que jamás llegaría a conocerlo. Por todo ello, poco a poco, empezó a rechazar a los únicos chicos que merecían la pena, y comenzó un torbellino de noches de locura y sexo. Despertaba a la mañana siguiente con un completo desconocido a su lado, las sábanas revueltas y su maquillaje corrido. Mónica dejó de quererse y comenzó una carrera intentando ser lo que no podía. 
Ahora se presenta ante su familia con vergüenza. Dejar de comer ha sido lo que la ha separado de todo lo que tenía. Sus amigos no saben cómo reaccionar y, aunque se ven obligados a pararse cuando se encuentran con sus padres en la calle o el mercado, no cogen el teléfono para hablar con ella ni la escriben un mensaje. No saben que ahora les sigue necesitando incluso más que antes. Unos se culpabilizan por no haberse dado cuenta de su comportamiento, otros simplemente piensan que ha sido débil y cobarde. 
A Mónica hay que tratarla con cariño. Es débil, como siempre lo ha sido. Hay que educarla a sus diecinueve años como si fuera una niña. Hay que enseñarla a quererse sin caer en los tópicos de que ya había gente que la amaba. Hay que, simplemente, darla una razón para seguir; pero incluso eso, será difícil para ella.