jueves, 18 de mayo de 2017

Las dos caras

Te observo esa piel tersa que no te has ganado y el perfil de tus labios carnosos. Tu pelo está recortado a la última y cae despreocupado sobre tu frente, haciendo de tus ojos una imagen caprichosa. Sonríes mirando el móvil: alguien te escribe, probablemente mucha gente, a pesar de ser primera hora de la mañana. Tu posición desgarbada y cómoda no molesta a tu compañero de asiento y mejora aún más la caída de tu ropa. 
Luego estoy yo. Esa chica feúcha que cada día se sienta a tu lado y te mira de reojo por encima de sus libros. Me siento tensa con las piernas juntas y aún así es raro el día que mi bolso no se escurre o tropiezo con los pies del de enfrente. Empequeñezco cada segundo que pasa. El reflejo del cristal me devuelve una imagen casi cómica de un intento de maquillaje malogrado y una ropa que nunca terminó de sentar bien. Me avala mi currículum, me digo, que confiesa unos logros silenciosos entristecidos por el fracaso social. Doy miedo. Hago temer a quien se me acerca porque me creen de una inteligencia sobresaliente, sin ver cómo envidio su naturalidad. 

...

Nuevamente se ha sentado a mi lado y mi temor crece cuando aspiro el aroma de su perfume. Siempre perfecta: blusa y falda planchada y un abrazo firme y nervioso a sus libros. La descubro mirándome tras sus gafas y me hundo en la pantalla apagada del móvil esbozando una sonrisa. Quisiera tener el valor de levantarme y saludarla. Desearía explicarle que lo que ve es una fachada tontaina que lucha por integrarse en un mundo superficial, pero que no me representa. Desearía confesarle cuánto la admiro. 
Estoy cansado de esas niñatas que sólo piensan en el color del brillo de labios y en conseguir el novio más cachas al que probablemente engañen con cualquiera una noche. No quiero que me vean vacío y sin conversación, ni que sólo me miren la cara y no el corazón. No recuerdo cuándo mantuve una conversación interesante después de acostarme con una chica, ni sé explicar por qué volví con esas rubias despampanantes que sólo me dan unos minutos de placer vulgar. 

...

Ojalá me hablase. Ojalá me mirase. Ojalá me descubriera. Y nuestra parada llega y nos bajamos por puertas opuestas. Mañana, mañana me atreveré y no temeré el ridículo. 

miércoles, 17 de mayo de 2017

Cuando el plan B se convierte en A

No sé dónde voy. No entiendo cuál es el problema ni qué me impide cambiar. 
Mañana se acaba una etapa de primeras veces, primeras responsabilidades, primeros sueldos y primeros compañeros de trabajo. Miro hacia atrás y veo este periodo resumido en imágenes de un trabajo que no me llena, del que permanentemente quiero escapar; imágenes de noche de fiesta con vestidos demasiado cortos y lenguas demasiado largas, rodeada de personas que no me importaban con las que amanecía entre sabor a tabaco y sudor; imágenes de ojos desencajados por el sufrimiento de una urgencia que les arrancó de su hogar y destrozó sus planes, ojos que se apagan y ojos que se defienden ante lo que no quieren escuchar de sus familiares; imágenes de bosques, ríos y playas, de amaneceres y atardeceres, de aire puro y frío abriendo mis pulmones; imágenes de autobuses con pequeñas pantallas que atravesaban media España en un sinsentido de hogar perdido y hogar deseado. En todas esas imágenes estoy sola. 
Ese muro grueso y estable que levanté me aleja de cualquier oportunidad. No me siento digna de nadie que quiera acercarse, así que los alejo. Ha habido un par de ocasiones en que he tardado algo más en echarlos de mi vida... quizá eso ya sea un paso. Pero ver el final desde el principio... eso, eso me define. 
Imagino a un chico interesante que derrocha un minuto conmigo y me río hacia mis adentros. No lo merezco, no quiero que nadie gaste su tiempo a mi lado y desperdicie la oportunidad de estar con alguien mejor. 
Creo que las parejas perfectas son también el perfecto egoísmo. No concibo cómo puedes mirar a los ojos a alguien a quien ames y ser tan codicioso como para quererlo sólo para ti. Es difícil de cambiar, imposible para mí. 
Hace unos días se lo confesé a un nuevo desconocido demasiado bueno como para pasar más noches junto a él y se echó a reír. No supe explicarlo. Lo considero tan evidente que me enerva que el mundo no lo entienda. 
Sin embargo, mi certeza ha hecho que ya no tenga un plan B por si no encuentro a nadie: ahora ése es mi plan A. Sólo un accidente haría que cambiase mis planes. No tiene sentido confiar en que va a suceder lo que no soy capaz de aceptar. Así que me alejaré. Vagaré por países a los que nadie quiera ir y nunca tendré esa vida de ensueño con piso propio, hijos y casita con chimenea en un pueblo junto al mar. Un día algo truncará mis viajes y mi odisea pero habré sido libre y feliz. Es lo único que me motiva a fingir esta normalidad que me es ajena. 
Mañana acaba un periodo que deja lugar a otro llamado experiencia, sin controles ni evaluaciones, sin supervisión directa ni límite definido. Así será hasta que la edad o la oportunidad me permitan comenzar mi vida real. ¡Cuánto lo siento por esas personas que, tontas, pensaron por un momento que romperían el muro y entrarían a un pecho donde no late corazón alguno! Ahora sé que pasarán sus días con alguien más acertado. 
¡Qué destino tan solitario y vacío se abre a mis pies! ¡Qué inútil haber luchado contra él, tan firme y decidido!