lunes, 12 de diciembre de 2011

Ideas en el Metro

Hace cosa de una semana, una amiga se sacó el carnet de conducir. Yo también lo tengo y, mientras que ella lo estrenará en cuanto se lo den en mano, yo continuaré usando el Metro. Sí. Ese Metro de Madrid que tan buena y merecida fama tiene.
En suma, cada semana paso más tiempo en sus galerías que en mi casa, me desplaza de punta a punta de mi ciudad y supone mi referencia geográfica principal. Dicho así, podría estar escribiendo una rata de alcantarilla, pero es que con el paso de los años se le va cogiendo gusto a este medio de transporte. 
Tanto es así, que si hablara contaría millones de historias, algunas de las cuales han marcado mi vida: en el Metro he sufrido insultos, ofensas, amenazas, borracheras ajenas y propias, halagos, piropos, peticiones de citas; he escrito, estudiado, pintado, dormido; me he mareado, he ejercido de médico, he llorado, he reído, he quedado, he escuchado mi música, la de otros, la que tocaban, las historias de los que pedían... y muchas, muchas veces, simplemente me he relajado.
Doy gracias a que en el Metro los asientos te obligan a mirar al de enfrente, porque de esta forma se descubren la sinceridad y la inocencia de muchos ojos. Porque, ¿quién no ha dejado la mirada perdida en esos trayectos automatizados?, ¿a quién no se le ha caído una lágrima en algún momento, cautivado por la soledad de los propios pensamientos?, ¿quién no ha sonreído en el momento apropiado a otro y te ha hecho ver la bondad de las personas?
Tal vez sea una sensiblería pasajera, pero muchas veces nos relajamos tanto en el Metro y somos tan conscientes de que nuestros compañeros de viaje son temporales, que afloran los gestos y pensamientos que en otras circunstancias ocultaríamos, o al menos reservaríamos para la intimidad de nuestros hogares.
Hoy el señor que iba delante de mi y yo nos hemos estado mirando durante diez minutos: él veía a una joven solitaria con ojeras que entrecerraba los ojos tratando de prestar atención a la lección que escuchaba a todo volumen de sus cascos y luchaba por no dormirse; yo veía a un hombre cansado cargando con un portafolios, probablemente un maestro, probablemente cansado de la vida. Ambos éramos un complemento: él enseña, yo aprendo, pero los dos obligados, deseando una paz que hasta dentro de mucho tiempo no obtendremos.

2 comentarios:

  1. Igual es porque en mi ciudad no hay metro, pero es un medio de transporte que me encanta
    Un beso!

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  2. A mi también, está claro!! es lo más práctico para moverte al menos en una ciudad como Madrid, pero lo usamos tantos que siempre para algo. Un beso y enhorabuena por tu Blog!!! ;)

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